lunes, 6 de julio de 2009

Marcelo Benavidez

El escarabajo

Un escarabajo en una tarde de grises aromas, se acercaba a su habitual comida. El caballo hacía aspavientos tratando, infructuosamente de ahuyentar las moscas de su lomo. En ese momento miró, de soslayo al despreocupado animalito. El zaino percibió una sensación de maciza melancolía; una línea entrecortada acuosa le recorría de sus ojos saltones. Esta actitud extrañó al equino, no muy expresivo en demostrar emociones; y menos aun a través de la vista. Si recordó que le habían dicho de su mirada profunda. El escarabajo, en su afán por alimentarse, escuchó un sonido gutural y altanero venido desde las alturas. - Che negrito, no estás cansado de comer mis deshechos. Y de ser ¡bah tan chiquito! El escarabajo no contestó. En realidad, los escarabajos no poseen el don del habla. Sin embargo, si la agudeza del entendimiento; sólo con observar los ojos neblinosos, en este caso de su interlocutor. - ¿ Ahí abajo te sentirás poca cosa? En apariencia no se inmutó. Pero. un lentísimo y casi imperceptible movimiento del cuerpecillo convenció al caballo de que no le hablaba a un bochín con patitas. ¿Te gustaría ser grande y darte panzadas de gustos? Y sin mediar más desplegó sus crinas desprolijas y alargadas, como pétalos de flores primaverales. Emanaba de esa pelambre una luz esmeralda que cubrió al insecto. Subía en furioso tirabuzón hacia el cielo expectante. A medida que se elevaba el color verde mutaba por acción de persistentes relámpagos. EL ESCARABAJO era gigantesco. Poderoso. Patas de jirafa. Cuerpo de tortuga marina. Escrutaba, con tranquila amenaza, a los que segundos antes temía. Como una exhalación pronunció sorprendido. - ¡Para hablar debo ser grande! Al rato notó que cuando intentó decir otras palabras, le fue imposible. También el desplazamiento seguía siendo torpe. Despaciosamente, el animal con su caparazón henchido en tierra escandalizada. De algún lugar apareció una cascabel (en su estado anterior la indiferencia era mutua). Entonces el escarabajo decidió sorprenderla; asesó un pisotonazo. Hizo acallar el silencio del bosque. El reptil, experto en reflejos, con saltos de ranita; sólo le faltó croar esquivó la BOMBA TENTACULAR e hirió al agresor. De las patonas salían ¡ay!,¡ah! ¡UFA! ¡UY! Era un acordeón de melodías alocadas. Ellas, en un suspiro, comenzaron a formar figuras geométricas: cuadrados, rectángulos, rombos. Iban en puntas de pie sobre una selva impávida. Antes del preanunciado final un estruendoso rayo color paraíso volvió al animalito a su dimensión natural. El escarabajo estaba alimentándose observando, de reojo al equino; llovía con tierna mansedumbre.

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